Pero lo que a mí más me interesaba, rey sin súbditos, aquello de lo que la disposición de mi osamenta no era sino el más lejano y fútil reflejo, era la supinación cerebral, el adormecimiento de la idea de yo y de la idea de ese pequeño residuo de bagatelas venenosas a las que llaman no-yo, e incluso el mundo, por pereza. Pero a los veinticinco años se le empina todavía, al hombre moderno, también físicamente, de vez en cuando, es el patrimonio de todos, yo mismo no lo podía evitar, si es que a eso se le puede llamar empinarse. Ella lo notó como es natural, las mujeres huelen un falo al aire libre a más de diez kilómetros y se preguntan, ¿Como ha podido verme, éste? Ya no se es uno mismo, en tales condiciones, y es desgraciado no ser uno mismo, todavía más desgraciado que serlo, a pesar de lo que se dice. Porque mientras uno es se puede hacer algo, para serlo menos, pero cuando ya no se es se es cualquier cosa, y ya no hay modo de atenuarse. Eso que llaman el amor es el exilio, con una postal del país de vez en cuando, he aquí mi sentimientos de esta noche. Cuando ella terminó, y mi yo mío, domesticado, se fue reconstruyendo con la ayuda de una breve inconsciencia, me encontré solo.
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