Últimamente, y digo últimamente aunque podría cifrar el momento exacto, me he vuelto un poco más adicto. Según la rae un adicto es alguien dedicado, muy inclinado, apegado. Adicto, para empezar, al tabaco, aún más si cabe, encuentro en el gesto mortal del chasquido del mechero un subterfugio para desviar mi mente, para no mirar ni atrás ni hacia delante simplemente al lado dónde reposa el cenicero, curiosos estratagemas metafísicos, lo malo es que voy perdiendo en cada chasquido una porción más de vida, tic-tac tic-tac un segundo menos. Adicto también a la poesía, recuperando antiguos maestros que me han acompañado en momentos no tan lumínicos y que ahora necesito, hace unos días le dediqué un poema, con todas las comillas que queráis, a Antonio Gamoneda, para mí el más nietzscheano de los poetas españoles, el más dionisíaco, a través de él me he refugiado en el orgullo unos días. No entiendo demasiado de literatura pero sí reivindico su función terapéutica, leer a otros gritando a sus daimons interiores como tú, hace de toda ésta hipérbole algo más soportable.
Finalmente, o más bien cómo punto a parte, me he vuelto adicto a la radio nocturna. Ésta vez ha sido por obligación, casi para salvaguardar la poca dignidad que me queda después de algunos desvaríos amorosos. Paso un tercio del día metido en una cadena de montaje, con un ruido ensordecedor y mirando frascos de vidrio que vomita una cinta transportadora. Media hora para comer y cinco minutos para ir al lavabo. Ya está servido el campo de concentración. Arbeit macht frei. Antes tenía un esplendoroso mp3 que compré en alguna tienda de chinos y me había dedicado a subir una ingente cantidad de canciones y audio libros. Evidentemente el aparato se escacharró: lo barato sale caro decía mi madre, yo siempre lo achaqué a la moralina del consumo, el tiempo me va quitando razón. He recuperado la antigua radio Panasonic de mi padre con sonido stéreo y protección auditiva, en su época era de las de primera fila. Me conecto a Radio 3 solamente empezar la jornada y me desconecto cuando el reloj indica las seis en punto, hora de irse a la cama. Ayer escuchando un programa que habla de literatura, sobre las tres de la madrugada, recitaron un poema de un poeta español que no conocía, ¡cuánta poesía perdida por ahí!. Anoté el nombre en un pedazo de papel y hoy al despertar he querido indagar un poco más. Sobre el papel escribí eskandaralget y supuse que el Dios google haría el resto. Así ha sido. Se trata de un poeta madrileño que en realidad se hace llamar Escandar Algeet. Acaba de publicar un poemario titulado Un invierno sin sol (editado por Ya lo dijo Casimiro Parker) cuyo homónimo poema me dispongo a transcribir:
Yo amé, con perdón.
Amé por encima de todas las cosas, que es,
permítanme que les diga,
de la única forma en que se puede amar.
Yo viví
en un cálido regazo del amor,
protegido bajo su techo,
comiendo de su misma mano,
aprendiendo el fuego hasta verlo arder,
hasta quemarnos.
Compartí su sudor
y ascendí en su alegría de peldaño en peldaño.
Es decir: de dos en dos.
¿Sabéis qué?
Yo tampoco creía en la magia hasta que la vi.
A ella.
Irradiándola, desprendiéndola,
descontrolando el tiempo
y cargándose con un gesto cualquier rutina impuesta,
criando una primavera en cada estación.
Solo querría decirles eso.
Decirles: yo tuve un reino y lo llamé hogar.
Y fue tan inmenso como el más pequeño de los detalles.
Una puta barbaridad.
Así debía de ser mi cuento.
Sin embargo, escribo desde el dolor aquel
en que solíamos gritar que todo acaba mal
porque si no, no acabaría.
Así fue
que todo se llenó de distancia
y de sangre,
todo se ensució de grietas y pudriéndo-
se pasó como una enfermedad
por delante nuestro,
un olvido por encima de nosotros
paseándose
jodiéndonos,
diciéndonos adiós,
a dios reclamadle.
Estas son mis ruinas y esta es mi voz.
Un paseo con vistas a los escombros.
Si veis al amor por ahí, solo decidle que lo siento.
Que el frío se ha hecho ciudad
y yo, solo, he aprendido a quemarme.
Que la poesía pague los destrozos
y su recuerdo sea mi única migaja de calor.
Esta es la historia de un derrumbamiento.
El infierno hecho paisaje.
Mi baile nupcial sobre el lodo.
Un invierno sin sol.
Hablaba antes de la función terapéutica de la literatura, como aquello de mal de muchos y todo eso que sigue. Y éste poema me ha caído como una gracia divina, por no creer en las monótonas casualidades. El lunes bajaré a Barcelona y me compraré el libro, ya os iré contando si queréis escucharme, sino pues como siempre me lo contaré a mi mismo aunque ya empiezan a mirarme mal por la calle cuando voy hablando solo, cosiendo cada retazo de vida puesto en juego en anteriores partidas (o quizá pérdidas).
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