Como un pez
al que le han arrancado el anzuelo
y ha sido
devuelto herido a su antiguo universo sumergido.
Y boquea
fatigado. Y va recuperando el aliento.
Así es el
descenso al desamor y el ascenso al olvido
volver a
convivir con la soledad por paradójica que resulte su acepción:
pues el tiempo es
un enemigo insobornable:
la erosión
de unos ojos que ya no vuelven
a ver en
torno con la misma embriaguez.
No hay vuelta
de hoja.
El camino de
regreso (la nostalgia) es un barrizal
una agonía
en el lodo
resulta
infranqueable, inhóspito.
Demasiados
reproches y egoísmos y culpabilidades
yacen
desparramados por el suelo.
No merece la
pena luchar por algo proscrito
ni mancharse
las manos resucitando un cadáver.
No hay más
remedio que el dolor y la aceptación
volver a
lanzar las cartas encima de la mesa
pero eso sí,
con un par de ases más bajo la manga.
Alea jacta
est.
La suerte
está echada.
Tarea tuya es
saber qué hacer de nuevo con ella.
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